Los gulags soviéticos
Los campos de concentración y las prisiones a escala masiva eran muy comunes en la Unión Soviética. Generalmente denominados gulag (sigla en ruso de la frase Administración principal de los campos de labor correctivas) estos variaban en tipo y en forma. Desde prisiones para genios a las cuales enviaban a los científicos en «contra del sistema» hasta campos de labor forzada en los cuales los prisioneros solo sobrevivían durante unos pocos días debido al inhumano nivel de trabajo.
Según estiman los historiadores expertos en el tema, en estos campos de concentración soviéticos fueron masacradas entre 15 a 30 millones de personas. En su absoluta gran mayoría personas inocentes que se oponían a la opresión comunista, como por ejemplo es el caso de Ivan Burylov, un hombre que se mofó de las «elecciones» soviéticas de 1949.
El kilómetro 101
Si bien los gulags tenían la intención explicita de acabar con la vida de los prisioneros, por una de esas curiosidades de la voluntad y resistencia humana, había veces donde los trabajos inhumanos, tanto en el trabajo mismo como en cantidad, no lograban matar al prisionero y el gulag se llenaba tanto de nuevos «enemigos políticos» que los prisioneros más resistentes eran dejados en «libertad» para así abrir más lugar para nuevas masacres.
Esta libertad era ficticia, ya que el prisionero seguía atado a fuertes regulaciones, es que si no moría en el frío que atacaba como puñales voraces o el hambre incesante y atroz que solo en el medio de la nieve, igualmente no podría acercarse a menos de 100 kilómetros de una ciudad.
Es por esto que muchos sobrevivientes comenzaron a formar pequeños poblados de exiliados, donde en muchos casos vivían en condiciones infrahumanas. Al día de hoy en Europa del Este referirse a «Te voy a mandar al Kilómetro 101» es el equivalente nuestro a decir «Te voy a mandar al demonio». Triste si, pero es bueno recordar el pasado para no repetirlo en el presente.
La historia de los campos de concentración
Desgraciadamente los soviéticos no fueron los únicos en crear estas prisiones de la muerte. En efecto, los campos de concentración modernos, completamente industrializados como si se tratasen de una línea de producción para, en cierta manera, «maximizar la muerte», fueron inventados por los británicos.
Esto ocurrió durante la Segunda Guerra Anglo-Bóer, cuando los británicos bajo el mando de Horatio Kitchener construyeron un enorme campo de concentración para castigar a las familias de los soldados bóer luchando en su contra.