Algo muy sabido de los romanos es la pompa y despilfarro que los caracterizaba. Pero no siempre fue así, los primeros romanos fueron históricamente de personalidad estoica y humilde, cuyos lujos mayores llegaban a ser tan modestos como poseer unos cuantos cerdos y disfrutar de algunas verduras hervidas aderezadas con aceite de oliva como el mayor de los manjares.
Gradualmente, y con el crecer de la República, estos fueron no solo ganando poder y riquezas sino que la clase patricia se convirtió en pomposa y extravagante. Vemos las diferencias entre los velorios griegos y los romanos: unos austeros y tristes; los otros pomposos repletos con parafernalias, colmados de festines y juegos gladiatoriales en honor al o la difunta.
Estos cambios se dieron relativamente rápido. Observamos a los Escpiones, salvadores de Roma que vencieron al poderoso Aníbal en Zama, y logramos ver hombres austeros que vivían prácticamente como soldados. Bastarían solo un par de generaciones luego de estos acontecimientos para ya ver a Cornelia Escipiona viviendo como toda una cortesana y organizando banquetes y reuniones donde la austeridad era lo único que faltaba en la mesa.
Estos rápidos cambios en un reino que violentamente se convertía en una República y una República que aún más violentamente se convertía en un Imperio llevaron a que consecuentemente Roma cambiara en todos sus aspectos. Los ciudadanos de la vieja orden, los descendientes de esos patricios o padres de la patria, veían como infinidades de plebeyos, o aquellos que no descendían de los fundadores de Roma, cada día llegaban a los territorios romanos y se asentaban en los mismos permanentemente.
Incluso en algunos casos convirtiéndose en ricos mercaderes o renombrados Senadores. Los patricios, quienes lógicamente no disfrutaban mucho de esto, fueron tomando como costumbre el pasearse cargando los bustos de sus antepasados en los diferentes desfiles y procesiones que eran tan comunes en Roma; demostrando así la antigüedad y legado de su familia.
Lo realmente curioso llega cuando vemos que estos bustos eran colocados en balcones o terrazas, para así mostrar a todo el mundo el caudal de antepasados que la familia poseía. Al estar a la intemperie estas figuras eran atacadas por el polvo y el hollín de las fogatas y hornos, tiñendo inevitablemente de un color negruzco las caras talladas de los ancestros.
Esta suciedad no era motivo de vergüenza para los romanos, todo lo contrario, mostraba la antigüedad del busto y consecuentemente esto era señal de lo larga y ancestral que era la familia de por sí. Es por esta razón que hoy en día la frase popular «Se le subió el humo a la cabeza» representa soberbia y conmemora, aunque en la gran mayoría de los casos se dice sin saber el por qué, a esta costumbre Romana de cargar los bustos de los antepasados, y preferentemente los manchados con hollín, para demostrar públicamente la antigüedad de su línea familiar.
Lamentablemente los temores de Octavio de una Roma que dejase de ser Roma a causa de la constante llegada de tantos «no romanos» más preocupados en la riqueza que en Roma misma terminaron cumpliéndose, y para el siglo quinto vemos un ejército «Romano» totalmente germánico más preocupado por el botín que por la defensa misma de la Urbe; y un Senado «Romano» donde ser un romano sería una rareza.
Como diría el gran historiador Indro Montanelli: «La caída de Roma no fue una caída, fue un simple cambio de guardia entre bárbaros». No obstante, y afortunadamente, sin duda alguna el legado cultural Romano quedó vivo en nuestros días y eso lo comprobamos en el día a día. En nuestras frases, en nuestros dichos y lenguas aún queda viva la llama de la cultura Romana.
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