El iridio, metal de color blanco-amarillento, posee una de las mayores densidades de todos los elementos conocidos y a diferencia del osmio, el más denso de todos los elementos, es relativamente fácil de obtener en el mercado.
El mismo fue descubierto en 1803 por el químico Smithson Tennant y es un elemento tan denso que de hecho un pequeño cubo de unos 30 cm de lado llega a pesar unos 650 kilogramos. Curiosamente, si bien en el pasado no era útil en la industria, los asesinos victorianos hicieron buen uso del mismo. Junto con el veneno de la belladona, este singular metal fue una de las tantas armas en el arsenal de los asesinos y espías victorianos.
Entre otras ventajas presenta la de ser uno de los metales más resistentes a la corrosión, pero entre sus desventajas se encuentra la de ser quebradizo a causa de los fuertes enlaces que componen su estructura molecular.
Además de lo mencionado anteriormente su dureza complica su maleabilidad, por lo que es a la vez uno de los metales menos utilizados en la industria. Su mayor uso se encuentra en la industria aeroespacial y en la industria militar, donde su alta densidad lo hace ideal para la creación de cargas cinéticas de penetración.
Si bien no encontró gran uso en la industria de la época, solo en el presente como hemos mencionado se le ha encontrado un uso regular a este material, si lo hizo entre los asesinos profesionales del siglo XIX, quienes utilizaban pequeños y pesados bastones de iridio para matar a sus víctimas de un certero golpe en la sien.
Sobre los bastones y cachiporras: Debemos remarcar, además, que en la Inglaterra victoriana la utilización de armas contundentes tanto para la defensa como para la ofensa era algo extremadamente común. Por ejemplo, existía un arte marcial alrededor de los bastones utilizados por los caballeros, y popularizada mundialmente a través de los libros de Sherlock Holmes, denominada como Bartitsu. Puedes leer más sobre el bartitsu siguiendo este enlace.
Estos bastones se convertían en una muy eficiente herramienta, ya que permitían matar silenciosamente de un fuerte golpe en la nuca y a su vez su relativamente pequeño tamaño los hacía fáciles de ocultar y transportar. Por supuesto que no eran matones cualquiera sino asesinos de alto rango que se dedicaban al asesinato de jueces, empresarios y políticos.
Hoy en día una de las pocas barras de iridio utilizadas por asesinos que aún se conservan está siendo expuesta en el museo de Ripley.
Si bien estos asesinos de la época victoriana contaban con todo tipo de dispositivos y mecanismos para realizar su oscuro y macabro trabajo, debemos recordar que el peor asesino serial de la historia, eliminó a todas sus víctimas con un simple pañuelo.