Julio César y Napoleón Bonaparte
Julio César y Napoleón fueron dos de los más grandes generales de la historia y ambos escribieron en detalle cómo la guerra no se mantiene igual, sino que la misma varía y se adapta a las nuevas reglas del juego constantemente, incluso durante una misma batalla.
Napoleón, ciertamente, tuvo un rol muy grande en la estrategia militar moderna, ya que fue el padre de una nueva generación de guerra. Sus tácticas hicieron que se abandone el asedio, modalidad predilecta durante milenios y se adopte el encuentro relámpago de tropas en el campo de batalla.
Napoleón además de general era un gran estudioso y en sus estudios los escritos y observaciones realizadas por Julio César tuvieron un lugar predominante. En su obra maestra La Guerra de las Galias César relata los acontecimientos históricos del conflicto bélico entre Roma y los Galos. Napoleón, por su parte, realizó una serie de comentarios de la obra. El siguiente es un comentario donde justamente explica el por qué se abandonó el asedio por el enfrentamiento relámpago. Los Comentarios sobre la guerra de las Galias junto a las notas de Napoleón pueden encontrarse en su totalidad siguiendo este enlace.
El texto de Napoleón
3. Cicerón defendió durante más de un mes con 5.000 hombres, contra un ejército diez veces más fuerte, un campo atrincherado ocupado por él desde hacia quince días. ¿Sería posible conseguir en nuestros días un resultado semejante? Los brazos de nuestros soldados carecen de la fuerza y robustez de los de los antiguos romanos; nuestros útiles para el trabajo son los mismos, pero nosotros tenemos un agente más: la pólvora. Podemos, pues, levantar murallas, abrir fosos, cortar árboles, construir torres en tan breve tiempo y tan bien como ellos, pero las armas ofensivas de hoy poseen un poder muy diferente de las de los antiguos, como diferentes son sus efectos. Los romanos deben la persistencia de sus triunfos a un método que no abandonaron jamás y que consiste en acampar invariablemente por las noches en un campamento fortificado, en no dar nunca una batalla sin tener a sus espaldas un campo atrincherado que les sirviese de refugio y donde encerrar sus víveres, sus bagajes y sus heridos. La naturaleza de las armas en esos tiempos era tal, que en tales campamentos se sentían no sólo al abrigo de los ataques de un ejército igual, sino incluso superior; eran dueños de combatir o de esperar una ocasión favorable.
Mario es atacado por una nube de cinabrios y teutones; se encierra en campamento y permanece en él hasta el día en que la ocasión se le presenta favorable; cuando sale de allí lo hace ya precedido por la victoria. César llega a las cercanías del campamento de Cicerón; los galos abandonan a éste y marchan al encuentro del primero; su número es cuatro veces superior. César toma en pocas horas posición; atrinchera su campamento y soporta pacientemente los insultos y las provocaciones de un enemigo a quien no quiere aún atacar; pero la espléndida ocasión no tarda en presentarse; sale entonces por todas las puertas; los galos son vencidos.
¿Por qué, pues, una regla tan sabia, tan fecunda en grandes resultados, ha sido abandonada por los generales modernos? Porque las armas ofensivas han cambiado de naturaleza. Las armas de mano eran las armas principales de los antiguos; con su corta espada el legionario conquistó el mundo; con la pica macedonia Alejandro conquistó el Asia. El arma principal de los ejércitos modernos es la de fuego, el fusil, esta arma superior a cuanto los hombres han inventado jamás; ninguna arma defensiva puede contrarrestar su efecto.
Los escudos, las cotas de malla, las corazas, reconocidos como impotentes, han sido abandonados. Con ese terrible artefacto un soldado puede en un cuarto de hora herir o dar muerte a sesenta hombres. No le faltan nunca balas, pues pesan sólo seis gros; el proyectil tiene quinientas toesas de alcance; es peligroso a ciento veinte, y causa la muerte a noventa.
Nota sobre las campañas de Napoleón: las campañas militares de Napoleón Bonaparte en Egipto llevaron a que un grupo de soldados se tope con la denominada Piedra Rosetta. Puedes leer más al respecto en el siguiente artículo: La Piedra Rosetta y la carrera por la traducción de los jeroglíficos egipcios.
El hecho de que el arma principal de los antiguos fuese la espada o la pica determinó que su formación habitual se estableciese en profundidad. La legión y la falange, en cualquier situación en que se viesen atacadas, ya fuera de frente, ya por cualquiera de ambos flancos, hacían frente a todos lados sin desventaja alguna y podían acampar en superficies reducidas, que podían fortificar más fácil y rápidamente y guardar con menor destacamento.
Un ejército consular reforzado con tropas ligeras y auxiliares, compuesto de 24.000 hombres de infantería y 1.800 caballos, cerca de 30.000 en total, acampaba en un cuadro de 1.344 de circuito, o sea 21 hombres por toesa; cada hombre llevaba tres estacas, lo que hacia 63 estacas por toesa corriente. La superficie del campo era de 11.000 toesas cuadradas; tres toesas y media por hombre contando sólo dos terceras partes de los hombres, ya que en el trabajo esto daba catorce trabajadores por toesa corriente; trabajando cada uno treinta minutos a lo sumo, fortificaban su campamento y lo ponían al abrigo de cualquier ataque.
Del hecho de que el arma principal de los modernos sea el arma de fuego, proviene que el orden habitual de sus tropas ha debido establecerse en líneas alargadas, el único que les permite poner en juego todas sus armas de fuego. Alcanzando éstas a distancias considerables, los modernos obtienen su ventaja principal de la posición que ocupan. Si dominan, si tienen a su alcance, si rebasan al ejército enemigo, tanto más efecto se alcanza con ellas.
Un ejército moderno ha de evitar, por consiguiente, ser desbordado, rodeado, sitiado; debe ocupar una posición que tenga un frente tan extendido como su misma línea de batalla, pues si ocupara una superficie cuadrada y un frente insuficiente para su despliegue, se verla sitiado por un ejército de igual fuerza y expuesto por todas partes a los disparos de las armas de fuego que convergerían sobre él y alcanzarían todos los puntos de la posición, sin que él pudiese contestar a un fuego tan peligroso sino con una reducida parte del suyo. En esta posición se vería atacada con ventaja a pesar de sus atrincheramientos; no sólo por un ejército igual, sino incluso por uno inferior. El campamento moderno no puede ser defendido sino por el propio ejército, y en ausencia de él, no podría ser mantenido con un simple destacamento.
Ni el ejército de Milciades en Maratón, ni el de Alejandro en Arbelas, ni el de César en Farsalia, podrían sostenerse contra un ejército moderno, de fuerza igual; dispuesto éste en orden de batalla extendido, desbordaría las dos alas del ejército griego, o romano; sus fusileros le atacarían a la vez de frente y por ambos flancos; pues los armados a la ligera, viendo la insuficiencia de sus flechas y de sus hondas, se darían a la fuga para refugiarse detrás de los más sólidamente armados. Éstos, entonces, con la pica o la espada, avanzarían a paso de carga, para luchar cuerpo a cuerpo con los fusileros; pero llegados a ciento veinte toesas, serían atacados por tres lados por un fuego de línea que sembraría el desorden y debilitaría de tal modo a estos bravos e intrépidos legionarios, que no podrían sostener la carga de algunos batallones en columna cerrada, los cuales se lanzarían entonces contra ellos con la bayoneta calada.
Si en el campo de batalla se encontrase por ventura un bosque, una montaña, ¿cómo la legión o la falange podrían resistir a esa nube de fusileros instalados en ellos? En los llanos mismos existen aldeas, caseríos, granjas, cementerios, muros, fosos, setos, y si no los hay no se necesitaría gran esfuerzo para levantar obstáculos y detener a la legión o a la falange con un fuego mortífero que no tardará en destruirla. No se ha hecho mención de las sesenta u ochenta bocas de fuego que componen la artillería de un ejército moderno y que enfilando a las legiones o falanges de la derecha a la izquierda del frente a la retaguardia, vomitarían la muerte a quinientas toesas de distancia. Los soldados, de Alejandro, de César, los héroes de la libertad de Atenas y de Roma, huirían en desorden, abandonando el campo de batalla a esos semidioses armados con el rayo de Júpiter.
Si los romanos fueron casi constantemente batidos por los partos, débese a que los partos estaban provistos de una arma arrojadiza, superior a la de las tropas ligeras del ejército romano, de la que los escudos de las legiones no podían defender. Los legionarios armados de sus cortas espadas sucumbían bajo una lluvia de flechas, a la cual nada podían oponer, pues todas sus armas consistían en lanzas (o pilum). Por esto, tras estas funestas experiencias romanas, dieron cinco dardos (o hastes) de tres pies de longitud a cada legionario, que los colocaba en la concavidad de su escudo.
Un ejército consular encerrado en su atrincheramiento, atacado por un ejército moderno, de fuerza igual, sería echado de él sin asalto y sin llegar al arma blanca; no haría falta cegar sus fosos ni escalar sus muros: rodeada por todos lados por los asaltantes, envuelta, enfilada por los fuegos, la posición sería el centro de todos los golpes, de todas las balas de fusil y de cañón. El incendio, la destrucción y la muerte abrirían las puertas y harían que se hundieran los atrincheramientos. Un ejército moderno, situado en un campo atrincherado romano, podría en un principio poner en juego toda su artillería; pero aun contando con artillería igual a la del asaltante, sería batida y reducida muy pronto al silencio; sólo una parte de la infantería podría servirse de sus fusiles; pero dispararía en una línea menos extendida y que estaría lejos de producir un efecto equivalente al daño que recibiría. El fuego del centro a la circunferencia es ineficaz; el de la circunferencia al centro es irresistible.
Un ejército moderno de fuerza igual a un ejército consular estaría compuesto de 28 batallones de 840 hombres, que sumarían 22.840 hombres de infantería; 42 escuadrones de caballería con 5.040 hombres; 90 piezas de artillería servidas por 2.500 hombres. El orden de batalla moderno, siendo más extenso, exige mayores fuerzas de caballería para apoyar las alas y explorar el frente. Este ejército en batalla, ordenado en tres líneas, la primera de las cuales sería igual a las otras dos juntas, ocuparía un frente de 1.500 toesas por 500 toesas de profundidad; el campo tendría un circuito de 4.500 toesas, es decir, el triple del ejército consular; no tendría más que siete hombres por toesa de recinto; pero tendría veinticuatro toesas cuadradas por hombre.
Para defenderlo se necesitaría el concurso de todo el ejército. Una extensión tan considerable difícilmente se conseguiría sin que estuviera dominada a alcance de cañón por alguna altura y la reunión de la mayor parte de la artillería del ejército sitiador sobre ese punto de ataque destruiría sin tardar las obras de defensa que formasen el campamento. Todas estas consideraciones han decidido a los generales modernos a renunciar al sistema de campos atrincherados, para suplirlos por el de posiciones naturales bien escogidas.
Un campamento romano estaba instalado independientemente del lugar, pues todos eran buenos para ejércitos cuya fuerza se apoyaba exclusivamente en el arma blanca; no hacia falta ni golpe de vista ni genio militar para acampar bien; al paso que la elección de las posiciones, la manera de ocuparlas y de disponer en ellas las diferentes armas, aprovechando las circunstancias del terreno, es un arte que no pueden descuidar los capitanes modernos. La táctica de los ejércitos modernos está fundada en dos principios: 1. °, que deben ocupar un frente que les permita poner en acción con ventaja todas las armas de fuego; 2. °, que deben preferir, ante todo, la ventaja de ocupar posiciones que dominen, desborden o enfilen las líneas enemigas, a la ventaja de verse defendidos por un foso, un parapeto, a todo otro sistema de fortificación de campaña.
La naturaleza de las armas determina la composición de los ejércitos, las plazas de campaña, las marchas, las posiciones, el campamento, el orden de batalla, el trazado y forma de las plazas fortificadas, lo cual determina una oposición constante entre el sistema de guerra de los antiguos y el de los modernos. Los ejércitos antiguos exigirían la ordenación en profundidad; los modernos la ordenación en extensión; aquéllos, plazas fuertes elevadas defendidas por torres y altas murallas; éstos, plazas bajas, cubiertos por glacis de tierras, que ocultan las obras de defensa; los primeros, campamentos cerrados, donde los hombres, los animales y el bagaje estaban reunidos como en vecindad; los otros, posiciones extendidas.
Si se le dice hoy a un general: Tendréis, como Cicerón, a vuestras órdenes, 5.000 hombres, 16 piezas de artillería, 5.000 útiles de trabajo, 5.000 sacos terreros; estaréis cerca de un bosque, en un terreno sin accidentes; dentro de quince días os veréis atacado por un ejército de 60.000 hombres, con 120 piezas de artillería; no recibiréis ayuda sino ochenta o noventa y seis horas después de haber sido atacado, ¿cuáles son las obras, los trazados, los perfiles que el arte le prescribe? ¿Posee el arte del ingeniero secretos que pueden dar la solución a este problema? Cap. XLVIII.
El exilio de Napoleón
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