Maldiciones medievales
En el medioevo debido al carácter manual de la producción de libros, donde todo era manuscrito e ilustrado casi siempre por un monje, era muy difícil obtener copias de códices y libros. No es entonces para extrañarse que el precio de cada copia fuese prohibitivo y muy elevado, por lo que las bibliotecas y librerías debían cuidar sus obras con recelo, ya que muchas veces perder una de estas significaba que tampoco se iba a poder remplazarla en el futuro.
Es por lo anterior que, valiéndose de las creencias y supersticiones de la época, en los libros medievales existen algunas de las más creativas y singulares maldiciones cuyo fin era el de disuadir a los lectores sobre el robo de libros.
Las siguientes maldiciones, y muchas más, fueron recopiladas por los historiadores Marc Drogin en su libro «Anathema!: Medieval Scribes and the History of Book Curses.» y Nicholas Basbanes en su libro «A Gentle Madness: Bibliophiles, Bibliomanes, and the Eternal Passion for Books».
A continuación veremos algunos de los mejores ejemplos al respecto. Los hemos ordenado en orden de menor a mayor virulencia en las palabras hacia el potencial ladrón de libros.
La siguiente es una página de la colección de códices medievales de la biblioteca de la Universidad de Yale. La obra en cuestión es la denominada Beinecke MS 214. La misma advierte a cualquier ladrón en potencia:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amen. En el año mil doscientos veintinueve de nuestro Señor. Pedro, de todos los monjes el menos importante, dio este libro a los benedictinos del Monasterio del Santo Mártir San Quintín. Si alguien llega a robarlo, déjalo saber que el Día del Juicio el más santo de los mártires será el que lo acuse ante nuestro Señor Jesucristo.
Observamos que Pedro fue el monje que copió e ilustró el libro (por eso se refiere a sí mismo como «el menos importante de todos los monjes» es decir, lo hace por una cuestión de humildad, ya que está hablando de sí mismo) para el monasterio de San Quintín perteneciente a la orden de los benedictinos.
Maldición en un libro parisino
Que la espada de anatema mate
A cualquiera que éste libro saque
Cualquiera que robe este libro
Será colgado en una horca en París,
Y si él no es colgado será ahogado.
Y si él no se ahoga, será quemado,
Y si él no es quemado, un fin peor le caerá.
Maldición del siglo XII
Si alguien toma éste libro, dejadlo sufrir la muerte;
dejadlo ser frito en una sartén;
dejadlo enfermar y que la fiebre lo elimine;
dejadlo ser quebrado en la rueda y colgado.
Maldición al ladrón
Cualquiera que tome éstas páginas
una piedra rondará sus testículos
y cuando la podredumbre lo acose
agusanada será su agoníaSi eres mi poseedor, puedes disfrutar de mi con tenor;
más si eres un vil ladrón
una peste más negra que la noche terminará con tus días.
Escondiendo información en el filo de las hojas
Además de maldecir a cualquier ladrón potencial, los libros y códices medievales estaban repletos de información oculta. Por ejemplo, a partir del siglo X, distintos editores de ediciones de lujo o limitadas, que deseaban ampliar la belleza y el valor de sus libros solían agregar ciertos secretos en los mismos.
Estos secretos eran por ejemplo el ocultar imágenes en el filo de las hojas de un libro, la cual solo podía revelarse si la persona en posesión del libro sabía como posicionar las mismas para revelar las imágenes.
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