En las maquetas del sistema solar la limitación de espacio y tamaño lleva a que los objetos y distancias queden totalmente distorsionados. Por ende, si nos guiamos por los mapas del sistema solar, los planetas parecen estar mucho más cerca unos de otros de lo que lo están realmente.
La distancia entre los cuerpos celestes del sistema solar es mucho más grande de lo que aparenta a primera vista. Es tan grande de hecho que es difícil de comprender. Con la noble idea de resolver esto y crear un modelo educativo que en verdad eduque a los visitantes, el observatorio de Peoria decidió construir un modelo a escala planetario de 64 km utilizando toda la comunidad como maqueta. La consigna: las escalas, es decir el tamaño y la separación entre los planetas, debía ser lo más realistas posible.
Así empezaron con la construcción, indicando el observatorio como el Sol con una pintura de 11 metros de diámetro; a 0.4 km ubicaron a Mercurio, el cual es representado solo por una diminuta pelota de plexiglás de 3.8 cm -y como todos los planetas del modelo, pintada en detalle para asemejar al planeta real-.
Júpiter, el planeta más grande de nuestro sistema, se encuentra a 6.4 km del observatorio, y es representado por una pelota de 1.1 metros y anillos de 1.9 metros. Así continúan los planetas hasta llegar al ahora destronado Plutón, una diminuta bola de 2.5 cm a 64 km del observatorio.
Enteradas de esto muchas personas decidieron colaborar, y es así que hoy en día se encuentran a miles de kilómetros objetos que representan asteroides y cometas alejados de nuestro Sol, los cuales gracias a la ayuda del GPS pudieron ser ubicados en relativa correspondencia.
El modelo se encuentra en constante actualización, ya que además de los planetas se han agregado algunos objetos de importancia como la ubicación de la sonda Voyager I y Voyager II. En el futuro se planea agregar asteroides de importancia.
Ciertamente es una visión fascinante y muy educativa de nuestro sistema solar. No obstante, nada supera a la perspectiva real que nos ofrece la sonda Voyager I, el objeto más lejano alguna vez enviado por los seres humanos al espacio y un testamento a la ingeniería de la NASA, ya que esta sonda continúa funcionando y comunicándose con el control en tierra tras cuatro décadas de haber sido lanzada.