Los obeliscos egipcios
Las colosales Agujas de Cleopatra sobrevivieron intactas durante 3500 años a incontables guerras y saqueos. Pero desgraciadamente, lo que no pudieron hacer estos males durante milenios, lo consiguió la humedad y el viento de Manhattan en menos de 90 años. Una verdadera tragedia, ya que pocos monumentos tienen la historia y el legado cultural de estos obeliscos, los cuales fueron tocados por algunos de los más importantes personajes en la Historia de la humanidad.
Estos cuatro obeliscos están entre los monumentos con mayor historia de la humanidad. Construidos por Tutmosis III en el 1450 a. C. fueron retocados y decorados 200 años más tarde por el legendario faraón Ramsés II. Siglos después Alejando Magno se pararía frente a ellos durante varias horas para contemplar su belleza, y en 12 a. C, serían admirados por César Augusto, el primer emperador romano. Calígula, emperador famoso por sus excesos, ordenó incluso un colosal esfuerzo logístico para reubicar uno de estos obeliscos en Roma.
La siguiente imagen muestra el mecanismo construido para erigirlo.
Las Agujas de Cleopatra forman parte de los cuatro obeliscos y medio (este quinto se rompió) que construye Tutmosis III. Se llamaron Agujas de Cleopatra por haber sido llevadas (dos de ellas) por Cleopatra a Alejandría. La total decadencia de Egipto y la pérdida de poder de Roma, llevaron a que dejen de ser protegidos y resguardados, por lo que, con el fin de evitar su destrucción, terminaron siendo enterrados. Esto ayudaría a que su decoración fuese conservada a través del tiempo.
La separación de los obeliscos
Tras su redescubrimiento, los obeliscos fueron siendo removidos y llevados a miles de kilómetros de distancia unos de otros. La primera de las agujas fue transportada a Londres, luego de que en 1819 Mehemet Ali la ofreciera como regalo al Imperio Británico en conmemoración por la batalla del Nilo, mientras que la última de estas fue a dada a los Estados Unidos por Ismail Pasha y se colocó en el Central Park. Las dos restantes eran la de Roma, transportada por Calígula, y la de Francia, transportada por las tropas francesas durante su campaña en Egipto.
La llegada a Manhattan y el desastre
La aguja enviada a los Estados Unidos fue la que más daños sufrió. Con el fin de mejorar las relaciones comerciales, Ismail Pasha de Egipto, la regaló en 1869 a los Estados Unidos. Sin embargo, el traslado se haría esperar, ya que, al igual que como ocurrió con Londres, el gobierno de los Estados Unidos consideró el traslado como una tarea extremadamente costosa.
Razón por la cual un magnate privado frustrado con el poco interés de su gobierno se encargó de la tarea años más tarde. Este fue el magnate William Vanderbilt, y el colosal proyecto en sí mismo le llevaría más de una década e incontables accidentes dignos de una historia aparte.
No obstante, y a pesar de los contratiempos, el obelisco finalmente llega a Nueva York casi intacto en el año 1880. Por desgracia, el conocimiento técnico más las políticas y estándares con respecto a piezas históricas de la época, eran muy inferiores a las actuales.
Esto llevaría a que no se estudiase el impacto del clima de la Gran Manzana sobre la superficie de granito de la aguja -sobre todo en un parque tan húmedo como el Central Park-. Es así que desgraciadamente, ante la inclemencia de los elementos, en menos de 90 años el obelisco perdió casi todas las inscripciones en su primera cara -la más expuesta al viento-.
Tras la tragedia
Hoy en día un equipo de experimentados arqueólogos y escultores de distintos museos neoyorquinos se ocupan de su conservación, mantenimiento y restauración. Sin embargo, el daño hecho a la primera cara es irrecuperable.
Vemos un detalle del obelisco junto a la base metálica fabricada para emplazar la estructura en su nuevo pedestal.
Por fortuna, si bien los grabados en el obelisco se han deteriorado en gran medida, los textos se conservan en alguna medida, ya que en sus viajes de comienzos del siglo XIX Alí Bey (seudónimo del catalán Domingo Badía lebrich) aparecen ilustradas dichas agujas, permitiendo así traducir sus contenidos.
Los obeliscos de Kircher
Como no podía faltar, el gran Athanasius Kircher, el maestro de las mil artes, también se interesó por el estudio de los jeroglíficos -de hecho, aunque errado en su teoría, fue el primero en implementar un análisis iconográfico de los mismos-. En su obra de 1654 podemos ver una ilustración de uno de estos, el cual se cree es el obelisco egipcio actualmente hallado en la ciudad de París.