Rescatar un escuadrón perdido durante una misión ultra secreta de la Segunda Guerra Mundial es ya una empresa épica, pero hacerlo durante 1 década a 20 grados bajo cero en medio del Polo Norte y debiendo taladrar más de 90 metros de hielo macizo es ya otra cuestión muy diferente.
Antes de cruzar el Canal Inglés e iniciar una ofensiva en Europa continental, Estados Unidos comenzó a amasar tropas en las Islas Británicas. Este refuerzo fue denominado Operación Bolero. Una de las misiones de esta operación masiva fue el llevar aviones con base en el Atlántico Norte desde un aeropuerto en Groenlandia hasta Inglaterra haciendo primero escala en Islandia. De esta manera, se evitaba darle a la inteligencia del Eje un número preciso de la cantidad de aviones que estaban siendo enviados.
Carl Rudder comandaría un contingente de seis Lockheed P-38F escoltando a dos Boeing B-17 Flying Fortress. El día de partida, y tras planear la ruta de vuelo cuidadosamente, el destino quiso que esa noche, una enorme tormenta les impida llegar hacia Inglaterra. Razón por la cual decidirían que lo único que podían hacer era volver. Pero prontamente descubrirían que las condiciones de vuelo los habían dejado sin combustible suficiente y su visibilidad era literalmente nula.
Sólo quedaba intentar una maniobra audaz y desesperada: aterrizar en una planicie de hielo. Tras una acalorada y rápida discusión de radio, uno de los pilotos de los P-38, Brad McManus, de sólo 24 años, en un acto temerario se arrojaría en picada e intentaría aterrizar mediante un descenso en parábola.
Su inexperiencia hizo que no escuchara a los pilotos mas viejos, quienes le rogaron que no baje el tren de aterrizaje, ya que en el hielo, era mejor aterrizar de emergencia utilizando la panza del avión a causa de la mayor fricción ofrecida por esta. Luego de su maniobra, y tras quedar su P-38 clavado de punta en la nieve, Brad, milagrosamente, quedaría vivo.
Tras esto los demás pilotos se animarían, ya que comprobaron que el suelo era de hielo y no nieve blanda, el segundo en intentar aterrizar utilizaría una elaborada maniobra, apagando el combustible a 50 metros de altura y planeando durante el resto del aterrizaje. Logró aterrizar de panza convirtiendo su avión en «un gran trineo metálico que se deslizó por más de 200 metros».
Tras ver su maniobra, los demás seis aviones restantes del escuadrón harían lo mismo. Salvo los B-17, quienes a causa de su tamaño circularon el área durante media hora más para acabar su combustible y evitar un incendio en caso de accidente.
Perdidos en la nieve, los 25 miembros de las tripulaciones deberían durante días sobrevivir el intenso frío, pero finalmente serían rescatados, abandonando sus aviones para siempre en esa tierra de inclementes tormentas anuales de nieve.
La odisea al escuadrón perdido
Pasarían casi 40 años, y Pat Epps, dueño de un taller de aviones, y apasionado por la historia del escuadrón perdido tras varias charlas con el ya anciano comandante de la misión Carl Rudder, se uniría a Richard Taylor, un piloto amateur y arquitecto de profesión, para viajar a lo profundo del Polo Norte y recuperar las naves allí abandonadas. No serían la primera ni la última expedición, sino que serían una más de once intentando la hazaña.
De manera poco planificada y desorganizada los dos aventureros viajarían en 1981 a Groenlandia para localizar los aviones. Luchando contra enormes temporales y contando sólo con detectores de metales, buscarían los aviones sin éxito. Meses más tarde, conseguirían un radar de tierra, pero las naves seguían sin aparecer. Abandonarían varias veces y retomarían su búsqueda otras tantas, así hasta 1988, cuando gracias a la ayuda de un geofísico de Islandia lograran de una vez localizar los aviones.
Utilizando un taladro en parte diseñado por ellos mismos, comenzarían a agujerar la dura capa de hielo macizo acumulada durante las décadas de tormentas. Sorprendentemente, el taladro debería trabajar durante semanas, superando los 80 metros de profundidad en orden de llegar a la nave encontrada. El problema, es que ahora no sabían cómo la iban a sacar.
Tras meses de negociaciones asociarían a Bobby Bailey, quien se uniría a la expedición interesado en el valor comercial de las máquinas, y quien les suministraría un enorme taladro térmico llamado Gopher que, mediante agua caliente, les permitiría hacer un agujero lo suficientemente grande como para sacar los aviones por partes. Un proceso extremadamente lento, pero a la vez su única oportunidad.
Era la primavera de 1990, y tras mucha paciencia y esfuerzo todo indicaba que habían tocado el ala de un B-17, razón suficiente como para festejar y bajar por el pozo. Una vez abajo descubrirían que el taladro no había funcionado como lo esperado, y literalmente había creado una caverna sobre el avión. No obstante, no podrían creerle a sus ojos. El B-17, cubierto por cristales de hielo azul brillantes, se encontraba totalmente aplastado.
Desolados, retornarían a su Atlanta natal habiendo aparentemente abandonado su ya tan prolongada empresa. Sin embargo, ya habían luchado tanto, que la esperanza de encontrar los P-38 intactos y poder venderlos superaba cualquier pesimismo. Por lo que tras unos meses de abandono decidirían volver a Groenlandia, esta vez, y tras interminables negociaciones, lo harían auspiciados por el empresario Roy Shoffner, bajo la empresa recientemente creada de nombre Greenland Expedition Society. Esto les permitiría contratar un ingeniero especializado y un equipo preparado y acorde para la misión. En efecto, tras más de una década, esta sería la primera vez que iban bien equipados y coordinados.
La suerte parecía estar por fin de su lado, el 31 de Mayo localizarían un P-38 a casi 90 metros de profundidad. Horas y horas de trabajo con el nuevo taladro termal dio sus frutos, días más tarde de haberlo hallado, ya habían llegado la nave, increíblemente, la misma estaba casi intacta -hasta lograron disparar una de sus ametralladoras-.
Shoffner la nombraría como la Chica Glaciar, y el esfuerzo para sacarla del hielo valdría la pena, ya que tras llevar los restos a los Estados Unidos y ser analizados por ingenieros aeronáuticos, los mismo dirían que, tras un fuerte programa de restauración, la misma podría llegar a volver a volar.
Esta tarea requeriría la ayuda de varias empresas, casi todas voluntarias, ya que mucha gente quería ser participe de semejante proyecto histórico. Sólo otros 5 P-38 en el mundo estaban en condiciones de volar, pero ninguno de estos, había sido miembro del ya mítico Escuadrón Perdido.
Nueve años más pasarían desde le rescate hasta la restauración de la última pieza, este último proceso bajo el esfuerzo sobrehumano Bob Cardin quien literalmente se alzo sobre los hombros la tarea de volver a hacer volar a la Chica Glaciar.
Infinidad de trabajos y reacondicionamientos debieron hacerse sobre la misma. No obstante, en Octubre del 2002, el P-38 perdido volvió a volar, nada más y nada menos que al mando del legendario piloto de combate Steve Hinton. El espectáculo atrajo a más de veinte mil personas, y fue declarado de interés público.
Si quieres saber más sobre las cavernas helades de Groenlandia te recomendamos seguir con este artículo, relatando la odisea de un grupo de aventureros a más de 173 metros de profundidad en el hielo.
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Para más información y detalles pequeños de la expedición recomiendo este excelente artículo de Wayland Mayo