De todas las misteriosas tierras incógnitas y utopías de plenitud habidas y por haber es Cucaña, ese reino ficticio con el que todos soñaban durante el siglo XII, y donde no existían ni el dolor ni el hambre y la pérdida, mi preferida.
La población de Cucaña, según cuenta el mito es más que feliz, no existen los malestares cotidianos del campesino, ni siquiera existe el trabajo y casi todos los días son Jueves -día de descanso de los estudiosos-
La geografía de Cucaña es más que singular, los ríos son algunos de vino fino y otros de leche fresca que nunca cuaja, desde los que pescados ya asados saltan a nuestros pies. Montañas de queso se amontonan sobre el horizonte, y los árboles además de dar los frutos más dulces también nos ofrecen lechones asados a la miel y cestos de salchichas que, al instante de ser cortados, vuelven a crecer.
La abundante comida no trae problema alguno a los Cucañenses, ya que la indigestión y el dolor de barriga no existen. Tampoco lo hacen los resfrío o, para el caso, la enfermedad.
Pero lo mejor de Cucaña, aunque aparezca en versiones menos populares del poema, es su césped. Constantemente perfumado por los más suaves aromas florales de la pradera y tan abundante que es incluso más cómodo y acolchado que el almohadón más costoso del reino.
La leyenda de cucaña
Cucaña comezó a aparecer durante el siglo XII, principalmente en poemas escritos por goliardos. Es decir clérigos vagabundos y rebeldes que no se negaban ningún tipo de placer. Y la misma se volvería realmente popular.
Es fácil comprender la razón por la cual se ideó esta tierra de abundancia y prosperidad en una época tan oscura y deprimente. La misma permitía a las mentes de las personas que debían vivir en este tiempo escapar y, al menos en su imaginación, viajar a un lugar mejor. Un lugar donde la comida y la bebida abundaban y males como la aterradora peste no eran conocidos.
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