De todas las prácticas rituales de las que tenga constancia está es simultáneamente la más maniática y espectacular de todas. Y no es para menos, ya que los monjes budistas Sokushinbutsu del norte de Japón, impulsados por una rara tradición ritual posiblemente traída de china, seguían durante tres años una dieta rigurosa a base de semillas y un excesivo programa de ejercicios con el fin de liberar sus cuerpos de la mayor cantidad de grasa posible.
Esto no lo hacían con el fin de ser aceptados en una pasarela de París, sino que lo realizaban como el inicio de un intrincado ritual de auto-momificación. Pasados los tres años anteriormente mencionados, el ritual comenzaba. Para el mismo, debían invertir tres años nuevamente en los que su dieta se basaría en un té a partir del árbol de urushi, levemente venenoso, de acción lenta y muy gradual y químicamente un tanto similar a la hiedra venenosa.
Una vez que su cuerpo se encontraba despojado de grasa y estaban lo suficientemente envenenados como para evitar así ser devorados por gusanos y otros insectos durante el proceso de descomposición, los monjes, tras tomar un vomitivo muy potente con el fin de sufrir una deshidratación crónica, se encerraban en un pequeño cofre de piedra a esperar la dulce muerte. Por supuesto, asumiendo la posición del Loto.
Pasados los tres años, la tumba se abriría, y de estar momificados se convertirían en Buda y sería ubicado en el templo. Recordemos que en el budismo, un Buda no es un ente particular en sí. Generalmente se confunde a un Buda con el Buda, Siddhartha Gautama, comúnmente el más representado en las estatuas, y que supuestamente fuese la reencarnación de la deidad llamada Vishnu y el primero en despertar espiritualmente. Pero un Buda es también un título, que se le da a toda persona que ha despertado espiritualmente elevándose así de la banalidad mundana -lo que significa que su servidor, es decir quien les escribe, tan escéptico y tan esclavo de los placeres mundanos, nunca podrá ni querrá ser uno. Malditos vicios 😆 –
Desgraciadamente, para los monjes que tanto esfuerzo y sacrificio acometían en su meta, en la gran absoluta mayoría de los casos la momificación no ocurría, y al abrir la cripta solo se encontraban despojos putrefactos.
Si bien este tipo de rituales nos pueden llegar a resultar como una práctica extrema, en realidad en el budismo se practican para valorar la disciplina tanto mental como física del monje que realiza el ritual. Los restos momificados del religioso son venerados posteriormente durante siglos, recordando no solo su labor como monjes sino que además se venera su disciplina. En efecto, se respeta algo que va por encima de la muerte en sí misma.
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