La guerra química
La Primera Guerra Mundial fue uno de los sucesos más desgarradores en la Historia de la humanidad, algo que ciertamente entendían muchos de los generales de la Segunda Guerra Mundial, quienes durante su juventud habían participado como soldados u oficiales en la misma y experimentado en carne propia el devastador efecto de las armas químicas en las trincheras. Razón por la cual no fue de extrañar que al iniciarse la Segunda Guerra ambos bandos decidieron no volver a utilizar armas químicas o, mejor dicho, no ser los primeros en utilizarlas.
No obstante, debido a la intensidad y escala del conflicto existió un ataque muy particular en el cual, por accidente, se liberaron grandes cantidades de gas mostaza almacenado en el puerto de Bari. Si bien se trató de una trágico error, una serie de casualidades llevó a que gracias al mismo se descubra uno de los primeros tratamientos contra el cáncer linfático.
Una serendipia sin igual
Si bien ambos bandos pactaron de manera informal no utilizar armas químicas, la desconfianza mutua era extrema, y a pesar de no utilizar dicho armamento, ambas partes comenzaron a almacenar depósitos de armas químicas en los distintos escenarios de batalla. Claro, según argumentaban, sólo en caso que el enemigo decidiese utilizarlas primero -algo muy similar a las armas nucleares durante la Guerra Fría y el concepto de «destrucción total mutua» que llevó a algunos de los accidentes nucleares más espeluznantes en la Historia.-
Es así que en Diciembre de 1943 bombarderos alemanes al mando del comandante Wolfram von Richthofen atacaron el puerto de Bari, punto logístico de suma importancia para los Aliados y cuya destrucción quedaría apodada para la historia como «El Pequeño Pearl Harbor».
El ataque fue brutal, y dejó como resultado directo cientos de victimas militares y civiles además de 17 barcos hundidos y 6 imposibilitados. Esto sin contar las decenas de miles de toneladas de cargamento y munición que terminarían adornado el fondo de las aguas del puerto junto a una gran cantidad de barcos .
No obstante, entre estos barcos se encontraba el John Harvey, que en su carga transportaba aproximadamente 100 toneladas de gas mostaza. Y que tras el explosivo suceso experimentado varios de estos tanques de gas se quebrarían comenzando a largar su contenido, por lo que prontamente cientos de Aliados perderían sus vidas y más de 600 deberían ser hospitalizados.
La venganza por Pearl Harbor: el ataque al puerto de Bari ha sido apodado como «El Pequeño Pearl Harbor» debido a que se trató de un ataque aéreo sorpresa a un puerto. No obstante, y a diferencia de Pearl Harbor, el mismo no fue vengado. Puedes leer más sobre la venganza por Pearl Harbor en el siguiente artículo: El ataque al Lago Truk, la venganza por Pearl Harbor.
El gas mostaza y el cáncer linfático
Debido a que la carga del John Harvey era secreta, decenas de rescatistas y trabajadores del puerto se verían afectados por el gas al ignorar la presencia del mismo. Quizás el recuento más traumatizante es el del buque de la Marina Real Bistra, cuya tripulación, quedara prácticamente ciega tras rescatar a 30 de sobrevivientes.
Pasado un mes, era evidente para los médicos de Bari que de los sobrevivientes habían sido afectados por el gas. Razón suficiente como para iniciar una intensiva investigación al respecto. Se realizarían 53 autopsias, y prontamente un patrón se hizo evidente. El gas mostaza atacaba los glóbulos blancos y el tejido linfático.
Incapacitados por la precariedad del equipo de combate con el que debían sobreponerse día a día los médicos de campaña, el gobierno americano pondría la información en manos de dos farmacéuticos de la Universidad de Chicago, quienes, a su vez, recibirían todo el apoyo de distintas universidades de los Estados Unidos.
Si bien en 1919, año en el cual la temible gripe española estaba causando estragos en el mundo entero, un grupo de médicos alemanes había notado el efecto del gas mostaza sobre los leucocitos, el conocimiento científico de la época les resultó insuficiente como para encontrarle utilidad a este hallazgo.
Las máscaras de gas: si bien las máscaras de gas existían desde antes de la Primera Guerra Mundial, dicho conflicto llevó a una carrera tecnológica con el fin de desarrollar mejores máscaras. Puedes leer más al respecto en el siguiente artículo: La historia de las máscaras de gas, su origen y evolución.
No obstante, veinticuatro años más tarde, los académicos de la Universidad de Chicago, valiéndose del conocimiento previo obtenido para combatir la enfermedad de Hodgkin, para la cual se utilizaba una variante del gas en su tratamiento, lograron crear una versión de uso medicinal y aplicable del gas mostaza y así lograr, para 1946, el primer tratamiento quimeoterapéutico contra el cáncer linfático. Realmente, una tragedia que terminó en un gigantesco avance científico.