El primer ala delta
Abbás Ibn Firnás fue un hombre interesado en la ciencia del vuelo y la dinámica de los pájaros, y como muchos otros pioneros del vuelo, como por ejemplo los primeros aviadores en la historia, arriesgaba su propia vida para probar sus innovadores diseños.
Firnás vivió en Córdoba, España en el año 875, es decir casi un siglo y medio antes que el intrépido monje que veremos a continuación. Este visionario hombre ideó el primer paracaídas funcional de la historia el cual también tenía elementos de parapente.
Este intrepido pionero tenía la edad de 65 años cuando logró hacer realidad sus sueños, y tras confeccionar un armazón de madera recubierto en seda con un volumen interior para capturar el aire se subió a una torre y se arrojó al vacío ante una multitud que él mismo había invitado a asistir al lugar para ser testigos de su hazaña.
Firnás logró permanecer en el aire durante varios minutos, y si bien al tocar tierra se quebró las dos piernas, el intentó fue todo un éxito. El intrépido inventor siguió arrojándose en sus paracaídas/parapente hasta bien pasados los 70 años de edad.
Desafortunadamente tras la muerte de este visionario nadie continuó con sus investigaciones. Debió pasar más de un siglo y medio hasta que otra persona volvió a intentar volar. Esta vez fue un monje obsesionado con los pájaros.
Las máquinas voladoras de Leonardo da Vinci: el polifacético Leonardo da Vinci ideó y diseñó varias máquinas voladoras tras estudiar los principios de vuelo de sus pájaros. Siglos más tarde, en el presente, dos grupos de hombres reconstruirían estos dispositivos voladores basándose en los dibujos del gran genio florentino.
El monje volador
Si bien en el imaginario colectivo la imagen borrosa del hombre pájaro probando su ridículo invento y encontrando la muerte rápidamente es endémica, existieron casos de hombres pájaro exitosos en el pasado. El más espectacular es el del joven monje Eilmer de Malmesbury, quien alrededor del año 1010 se obsesionara con la leyenda griega de Dédalo e Icaro y pasara días enteros estudiando el vuelo de los pájaros hasta construir un complejo par de alas muy similar a las alas de planeo actuales.
Tras finalizar y construir su diseño se subiría a la torre más alta de la abadía, sujetando con soga sus pies y manos a su «máquina voladora» y tras esperar al primer viento fuerte a favor se arrojaría al vacío. Pero, y a diferencia de muchos otros «hombres pájaro» a lo largo de la historia, el diseño de Eilmer era tan bueno que lograría planear por bastante más de un furlong (201 metros) según varios recuentos locales. Sólo cayendo no por un defecto de su aparato sino porque durante el vuelo se asustaría perdiendo el control.
Su aventura no le salió barata. Eilmer se rompió sus dos piernas y debió de ser puesto bajo la atención médica de los otros monjes durante varias semanas, siendo al mismo tiempo y casi a diario fuertemente reprendido por el abad. Tras recuperarse el intrépido monje quedó lisiado, debiendo utilizar un bastón por el resto de su vida (que sería muy larga, de hecho hay registros que datan del avistaje en Inglaterra del cometa Haley en 1066 que mencionan al «viejo monje Eilmer de Malmesbury»). Si bien nunca más se subiría a una máquina voladora el monje continuó perfeccionado su diseño original, sugiriendo, correctamente, que debía de agregarle una cola para mayor estabilidad y un sistema de ganchos para soltar las piernas rápidamente y así aterrizar fácilmente.
Hoy se recuerda al monje y su hazaña con ala delta mediante un bello vitral en la abadía de Malmesbury.
Un hombre pájaro que NO pudo volar
A pesar de haber utilizado un paracaídas y no un ala delta, hemos de re-visitar una historia de la que ya habíamos hablado en el pasado. El primer (y último) intento de Franz Reichelt, un soñador austriaco de principios del siglo XX y sastre de profesión, que dio su vida intentado alcanzar su sueño de vencer a la naturaleza y flotar por los aires. Por desgracia la naturaleza fue más fuerte, y la fuerza de gravedad lo convirtió en estampilla del suelo de la torre Eiffel.
Utilizando sus conocimientos de sastre Franz creo algo que, en concepto, era muy similar a un paracaídas. Sin embargo, sus pocos conocimientos sobre aerodinámica le hicieron subestimar en gran medida la resistencia necesaria para frenar su caída.
El día de la prueba fue el 4 de Febrero de 1912, y tuvo lugar en la que ese entonces era la estructura más alta del mundo: la torre Eiffel. Docenas de curiosos y varios periodistas con sus atentas cámaras se reunirían a presenciar el gran acontecimiento.