Testigos de la historia
No hay nada más fascinante en la arqueología que encontrar manuscritos antiguos desconocidos. Si bien una jarra, o cualquier otro objeto arqueológico puede decirnos algo específico sobre una cultura del pasado; un manuscrito o inscripción nos contará una historia entera. En definitiva, los manuscritos son testigos de la Historia.
Esto ha ocurrido una incontable cantidad de veces gracias a varios descubrimientos arqueológicos, desde el manuscrito con el primer anuncio publicitario conocido, el cual además relata la odisea el intento de un esclavo llamado Shem por lograr su libertad hasta el manuscrito egipcio que nos relata los sucesos que llevaron a la primera huelga en la Historia. Hoy hablaremos sobre otro manuscrito de importancia, los Rollos o Manuscritos del Mar Muerto, un verdadero mapa del tesoro milenario.
Los Manuscritos del Mar Muerto
Pero el tiempo es inclemente, y el paso de los siglos, los milenios incluso, llevan a que el material en el que fueron escritas las palabras pueda llegar a desintegrarse en unos segundos con solo tocarlo.
Hoy en día se están intentando utilizar avanzadas técnicas de rayos para leer los manuscritos de la Villa de los Papiros, de lo cual ya hemos hablado en Anfrix, pero hace alrededor de unos 60 años, en 1952 más precisamente, un científico debió lograr lo que parecía imposible: desenrollar un manuscrito de 2000 años de antigüedad tallado en una fina lamina de cobre la cual estaba a punto de desintegrarse.
Los manuscritos en cuestión eran los famosos Manuscritos del Mar Muerto, si bien en su mayoría estos están hechos a partir de papel papiro, el más singular de todos estaba hecho a partir de una finísima lámina de cobre enrollada hallada en Qumrán, Desierto de Judea el 14 de Marzo de 1952. Dos mil años, salinidad y humedad llevaron a que se resquebraje con sólo tocarla, al punto que ésta casi se desintegra mientras los arqueólogos de la ASOR lo desenterraban.
Cuatro años pasaron desde su hallazgo y nadie tenía ni la menor idea sobre cómo abrir el documento, y sin abrirlo la información que contenía permanecería en el misterio. Fue así que H. Wright Baker, profesor del MCT (Manchester College of Technology) ideó un ingenioso método, el cual, por su simpleza en si mismo y pensamiento lateral era brillante: diseñar un dispositivo especial, de altísima precisión e ir cortando el manuscrito capa por capa, como si se lo pelase, retirando cada capa para luego unirlas en su conjunto.
La idea fue tan simple, ingeniosa y eficiente que debió haber sonrojado a más de uno de los científicos e ingenieros que durante 4 años pensaron que abrirlo era tarea imposible. Esto es prueba del adagio que dice que la optimización innecesaria es el mayor enemigo de los ingenieros. Muchas veces la solución más simple es la mejor, no solo en su implementación, sino además en el resultado ofrecido por la misma.
Y qué decía el manuscrito
En el mismo se listaban 64 refugios y cofres enterrados, en algunos de los cuales había oro, plata, otros manuscritos y reliquias del Templo de Jerusalem, escondidas para evitar el saqueo romano. Básicamente, era un mapa del tesoro.
Durante varias décadas investigadores de todo el mundo han intentando buscar muchos de estos cofres y lugares marcados. No obstante, es una tarea casi imposible, ya que tanto la geografía como los asentamientos humanos han cambiado considerablemente, y los lugares descritos son casi imposibles de hallar.