Una década y media tras la Primera guerra mundial en Budapest, Hungría, un grupo de investigadores estudiando varios datos estadísticos sobre la población y el desarrollo de la misma tras la posguerra, detectó algo que preocupó inmensamente a los gobernantes de dicho país: la cantidad de suicidios se había disparado de manera alarmante, eran los años 30 y los suicidios eran incluso superiores a los registrados durante la guerra en si misma.
Si bien hoy sabemos que las olas de suicidio no son nada raro, y de hecho, por ejemplo en países como el Japón ocurren de manera periódica, por ejemplo todos los primeros de septiembre suelen ser mortales para los estudiantes ya que es el día en que finalizan las vacaciones y muchos estudiantes con problemas de estrés o angustia no pueden sobrellevarlo, en la década del 30 estos fenómenos sociales eran completamente desconocidos.
Por lo que, en vez de buscar soluciones efectivas, como por ejemplo las desarrolladas en Japón, que buscan atacar las causas y amortiguar el estrés y la angustia, en Hungría idearon una de las soluciones más extrañas alguna vez concebidas: forzar a la población a sonreír.
No sólo la solución fue extraña, las causas que se teorizaron también lo fueron, ya que se culpó de manera unilateral a la canción Gloomy Sunday, altamente melancólica y de tonos tristes. Canción cantada por Billie Holiday compuesta por el pianista húngaro Rezső Seress, una tarde lluviosa y nublada de domingo en París, mientras el músico lamentaba el reciente suicidio de su novia.
La leyenda urbana sobre la «canción del suicidio», la cual créase o no continúa hasta el día de hoy, creció de tal manera que llevó a que la canción fuese prohibida tanto en Hungría como en los Estados Unidos y varios otros países, e incluso se llegara a multar fuertemente a las radios que la pasaran.
Hoy sabemos que la canción no tuvo que ver, y que la ola de suicidios estuvo relacionada con los efectos económicos y el tenso clima que se vivía en la Hungría próxima a los inicios de la segunda guerra mundial, con fascistas linchando gente por las calles y comunistas actuando para acorralar al país dentro del régimen soviético. El mismo Seress sufriría un destino trágico, primero perseguido por los nazis a causa de su religión y luego por los comunistas ya que sus canciones fueron consideradas «contrarrevolucionarias».
La ciudad de las sonrisas
Para solucionar los suicidios se crearían las «escuelas de la sonrisa» agrupaciones en las cuales se le enseñaría a la gente a sonreír, muchas veces copiando las sonrisas de personajes famosos, como por ejemplo Roosevelt, o de obras de arte famosas, como la Mona Lisa.
Estas «escuelas de la risa» tenían profesores de la sonrisa, los cuales contaban con todo tipo de material que enumeraba los distintos tipos y estilos de sonrisa y sus efectos en los demás. Esto último, por cierto, fue considerado como muy importante ya que se consideraba que la sonrisa se «transmitía», por lo que a la gente triste, a la cual le costaba sonreír, se le proporcionaban «máscaras de la sonrisa». Además de todo lo anteriormente mencionado, existían máscaras de entrenamiento de la sonrisa, en la cual se fijaba por horas la boca en posición de sonrisa.
Además de dichas escuelas, ejércitos de payasos salieron a las calles para alegrar a los transeúntes. La movida probaría ser inútil, y prontamente el gobierno húngaro, azotado por las creciente e inevitable amenaza en el horizonte de una nueva guerra mundial, cerró las escuelas de la risa las escuelas y enfocó sus esfuerzos en adiestrar a la población para una resistencia de combate urbano y supervivencia. Curiosamente, los suicidios bajaron.